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Blog: "Amigos de Intercambio", en Saskatoon, Canadá

 
¡Hola! Mi nombre es Josefa Villablanca. Uno de mis sueños siempre había sido viajar fuera de Chile para estudiar, conocer nuevas culturas, nueva gente, paisajes hermosos, y salir de mi zona de confort. Creo que estando ya cuatro meses en Canadá puedo decir que sin duda lo volvería a hacer.
 
Mi viaje comenzó el 31 de diciembre, víspera de año nuevo, y yo subiéndome a un avión para viajar  más de 10.000 kilómetros a una remota provincia de Canadá, que nadie de mi círculo cercano podía pronunciar sin preguntarme primero "¿Y dónde queda eso?", Saskatchewan. Preparada para escapar del verano santiaguino y adentrarme al invierno canadiense de -30°C con nada más que una bufanda y mi chaqueta denim. Ahí estaba yo, una estudiante promedio recibiendo el año nuevo en una nueva ciudad lejos de todos, mis amigos, familia y en especial, de mis gatos. Preparada para disfrutar a mas no dar está experiencia.
 
Mis primeros días fueron rutinarios, teniendo que estudiar para mis finales del segundo semestre, que como ya es costumbre se habían extendido hasta mediados de enero, y esperando el inicio de clases que se había desplazado una semana por protocolos Covid. Ahí estaba sin querer salir al frío invernal que te congelaba hasta las pestañas, y sin amigos nuevos en la ciudad. Yo no sabía que todo iba a cambiar y que de no querer salir pase a no querer regresar, a la casa, a Chile, a la realidad.
 
Llegando a febrero todo ya había cambiado, teniendo clases presenciales, me vi obligada a salir de la casa todos los días, hubieran -30 o -10°C, ya el frío era lo de menos. Mi celular se empezó a llenar de fotos, de mi y mis amigos en lo que ahora ya era nuestra rutina. Y mi cabeza a llenarse de recuerdos de lo que ahora son mi familia en Canadá. Dentro de mi estadía hay que ser honesta, no me hice amiga de nadie de Canadá. Mi círculo ahora era internacional y estaba conformado por una aleación de personajes únicos de países como Colombia, México, Ecuador, Guatemala, Países Bajos, Tailandia, Alemania, y Suecia. Países donde ya me ofrecieron alojamiento y se tienen pendientes visitas. Mis días fueron pasando, como segundero en un reloj, demasiado rápido. Tantas cosas por hacer, comidas que probar, lugares por ir y recuerdos que hacer, con ellos. Cada día era único y lleno de risas, y por supuesto, de estudio.
 
Marzo llegó y la situación ya se iba haciendo inminente, las clases terminaban en abril, nadie tenía muy claro cuando se retornaba a su país natal, y aún nos quedaban cosas por hacer, los Midterms llegaron y pasaron, y nos iban quedando solo los finales. Todos sabían que esta etapa se acercaba a su final, pero no dejamos que pesara en nuestras mentes, y disfrutamos de nuestra compañía, para almorzar o simplemente para estudiar en la biblioteca. La nieve se empezó a derretir de a poco mientras la temporada de invierno hacia paso a la primera, nuevas criaturas comenzaron a aparecer y ahora en el campus se veían correr pequeños roedores, que más de una vez captaron mi atención, los perritos de pradera.  El sol ya no estaba de decoración y empezaba a dar un poco de calidez. Los atardeceres se volvieron mi nueva obsesión y en cada oportunidad que podía caminaba cerca del río y veía esconderse al sol, el horizonte se tornaba de distintos colores y cada día el cielo era único.
 
Abril finalmente estaba aquí, las últimas clases, las últimas pruebas, los últimos días con mis amigos. Un mes lleno de incertidumbre, de estrés, y de dudar de mis capacidades. Me veía sobrepasada por mis clases y por ese pensamiento recurrente de que no estaba haciendo lo suficiente. Y entre todo esto mis amigos dándome apoyo y ayuda. El final se acercaba y todos lo sabíamos. Pero a pesar de saber que ya no nos íbamos a ver todos los días, sabíamos que este no era una despedida, no era un adiós, sino un hasta luego. Los finales pasaron, y para colmo, en la última semana del mes, la última semana para juntarnos todos, el Covid llegó al grupo, y vi como de a poco empezó a llevarse uno por uno a mis amigos a cuarentena, hasta que me contagió a mí. 
 
Ese podría haber sido el final, en donde no lograba despedirme de nadie por culpa del Covid, pero la esperanza es lo último que se pierde, y en mi ultimo dia antes de irme de la provincia, me logre despedir de aquellos que no los iba a ver en mí siguientes paradas. 
 
Partí rumbo a Toronto con mis maletas y mis recuerdos a crear otros más, en lo que ahora venía a ser mis últimos días en Canadá, y mis bien merecidas vacaciones. En Toronto caminé y caminé, como peregrino, cerca de 25 kilómetros por día, para lograr sumergirme en esa gigantesca ciudad. Mi último día en Toronto, partimos como grupo a las Cataratas del Niágara, y nos tomamos nuestras últimas fotos. En el viaje de vuelta me despedí de casi las últimas amigas que me quedaban de esta experiencia, y no pensé que iba a ser tan triste, mientras veía el tren alejarse, sabiendo que no tenía certeza de cuando las iba a ver de nuevo, lágrimas brotan y sonrío, por las risas, los almuerzos, los cafés, las caminatas, y los recuerdos compartidos. 
 
Antes de comenzar mi intercambio me habían advertido que el choque cultural era una de las cosas que más afectaba a algunos, el choque cultural de ida, y el de vuelta. Pero  nadie me advirtió que lo que realmente más afectaba era tener que despedirse de cada uno de esos amigos que durante toda tu estadía fueron más que eso. Despedirse de ellos que fueron tu confidente, tu compañero de locuras, tu hombro en donde llorar, el abrazo que tanto necesitaste a veces. Eso es lo que duele, las despedidas. Más allá de haber viajado a otro país, lo que más rescato de esta experiencia, son mis amistades. 
 
Para ustedes mis amis: Lau, Martin, Mirjam, Nicha, Oscar, Pato, Pauli, Tanya, Vale, Vero